miércoles, 9 de marzo de 2011

Mira la firma de mi pared

En las paredes no tengo un Picasso pero si contemplo las obras que me gustan. Algunas de ellas realizadas por algún familiar, otras pertenecen a autores prácticamente anónimos; las encuentras más simples y otras complejas, con trazos uniformes y otros cercanos a los que realiza con casi 3 años Lourdes. Pero lo que les caracteriza a cada una de ellas es el placer que siento cuando las veo. El arte en definitiva es eso, un instante de placer que nos dibuja un gesto de intelectualidad propia del mejor marchante.

Hoy día 9 de marzo de 2011 leía, en la contraportada del diario El Mundo, “El Joven Picasso” escrito por Raúl del Pozo en su sección: El Ruido en la Calle. La lectura me acercó nuevamente al cuadro más caro del mundo pintado por el artista malagueño en 1932, Desnudo, hojas verdes y busto (ver artículo de El País. En realidad lo que más me llamó la atención fue como los millonarios compran arte por el nombre del autor que acompaña a la obra.

Nuestra sociedad nos hace desear tener más que el vecino, que un socio, que el compañero de trabajo. Si ellos invierten en arte yo hago lo mismo, si ellos tienen un Picasso en casa, yo dispongo de la colección de Miró. Nos da igual en algunos casos si es un original o simplemente mostramos una copia (yo en la mayoría de los casos no sabría distinguir un original de una copia, si exceptuamos que el cuadro de su pared es idéntico al que vimos en el museo del Louvre. En ese caso acertamos todos.

Reflexionar sobre si lo que vemos es un original o una copia forma parte del chismorreo y la envidia social. Así como mostrar en casa un cuadro por el que pagué más de lo que pagaría por reformar mi hogar. En algunos casos los cuadros originales están en alguna caja de seguridad de algún banco suizo, siempre es por si las moscas. Cualquiera puede entrar a robar en una casa y con un poco de suerte hasta nos pagaría el seguro.

En el film 2012 (Roland Emmerich) la trama establece una previsión de catástrofe apocalíptica donde ciudades se destruirán y los océanos absorberán los continentes. En el proceso de proteger el patrimonio cultural de la humanidad o parte de él, su sustituyen los cuadros más significativos de algunos museos por replicas prácticamente perfectas. Nos podríamos preguntar qué parte forma parte de la ficción: La catástrofe apocalíptica o la sustitución de obras de arte por copias. La realidad nos demostraría que el curioso, el turista accidental o el simple ciudadano que acude a esos museos para sentirse cercano a todos los artistas difícilmente sabrían ver la diferencia, yo incluyo entre ellos.

Como dice Raúl del Pozo: El signo de la riqueza de nuestro tiempo es el arte. Pero cabe saber si ese preció que pagamos por demostrar nuestro estatus merece el peaje que paga ahora mismo el arte, sobre todo cuando el placer y las sensaciones para muchos coleccionistas sólo se transmiten por la firma del autor.

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