martes, 19 de abril de 2016

La raya verde o Madame Matisse (1905) (Por Lidia Soler)






Se trata del retrato de Amèlie Parayre, la esposa del pintor Matisse. Desde luego no se trata del retrato tradicional que cabría esperar que un pintor efectuase de su esposa. Pero es que este cuadro está pintado por un hombre para quien el color era el componente fundamental de la emoción pictórica. Ya el título es en sí mismo significativo.
Los pintores fauvistas, con Henry Matisse a la cabeza, quisieron crear una pintura nueva, y para ello rompieron con el tradicional uso del color, el dibujo y la perspectiva, que seguían siendo demasiado fieles a la realidad. Con ellos comienza la revolución pictórica del siglo XX. Como el mismo reconoció, su destino no era ser pintor, sino suceder a su padre en el negocio del comercio de semillas. Su delicado estado de salud frustró los planes paternos: una apendicitis le dejó en cama durante casi todo un año y su madre le regaló una caja de pinturas…
Matisse dejó claras sus ideas acerca de la importancia del color en esta sentencia: "cuando pongo verde, no es yerba; cuando pongo azul, no es el cielo". Si analizamos el cuadro en profundidad, en realidad no estamos viendo a la señora del pintor, sino la imagen que éste crea de ella a través del empleo de esos colores tan vivos, tan contrastados unos con otros que, pese a la arbitrariedad en su elección, crean un conjunto que nos demuestra el afán del artista por pintar dando una primacía absoluta al color. Ni siquiera los rasgos del rostro aparecen bien trazados. La nariz es ahora una raya verde, la que da título a la obra, y en la parte inferior del personaje unas pinceladas gruesas desdibujan los labios y la barbilla. Por lo demás, no hay fondo ni perspectiva. Matisse representa sensaciones o vivencias a través del vigor cromático y da vida y luz propia al cuadro mediante los contrastes. Consigue la exaltación cromática empleando el rojo y las tonalidades anaranjadas, y enfrentándolas a su complementario, el verde, que ocupa la zona central del rostro y, en un tono más austero, el fondo correspondiente a la parte derecha de la cara. La elección de los colores es arbitraria, pues no se corresponden, evidentemente, con la realidad.
Los colores, intensos y saturados, están distribuidos en áreas planas, sobre todo en los fondos; en la mujer están planteados con pinceladas sueltas pero siempre siguiendo un orden o ritmo que da sentido a la imagen. En La raya verde aparece la esposa de Matisse captada de medio busto hacia arriba y con el rostro levemente ladeado. A pesar de la intensidad cromática, la obra transmite tranquilidad. El artista ha simplificado las formas de su mujer reduciéndolas a lo que es meramente esencial, sin dejar nada gratuito.
La intención de Matisse al pintar este cuadro no era reflejar el rostro de su mujer, sino reproducirlo tal como él lo veía; es decir, plasmar su propia vivencia interior. La premisa de Matisse era “sencillez, claridad y tranquilidad”. Jugó con los colores las curvas y las contra-curvas para que su pintura consiguiese su principal objetivo: ser un placer. En 1905, Matisse expuso sus cuadros junto con Derain, Vlaminck y Manguin en el Salón de Otoño de París. La reacción de los entendidos fue airada. El crítico de arte Louis Vauxcelles se refirió a ellos, despectivamente, como les fauves (“las fieras salvajes”). Las obras expuestas compartían un objetivo común: la emancipación del color. Para conseguirla usaban colores irreales, la paleta de gran viveza y llena de contrastes —que rechazaba los matices propios del impresionismo— y experimentaban con colores puros. La liberación del color propuesta por el Fauvismo iba seguida de la ruptura con las constrictivas leyes de la perspectiva y la rigidez del dibujo. A pesar de lo comentado y de ascender un peldaño más hacia el arte abstracto, los fauvistas nunca rompieron del todo los lazos con la realidad, de manera que en sus cuadros siempre pueden reconocerse las formas y los objetos.


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