miércoles, 26 de marzo de 2014

Degas, el pintor de la mujer trabajadora


Cada ocho de marzo, desde 1977, se conmemora el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y con motivo de dicha celebración hemos rescatado una de las obras más populares de Edgar H. Degas (1834-1917). El óleo sobre lienzo de 92,5 x 73,5 cm. nos muestra a una amiga del pintor en plena faena; La planchadora (1869), que se encuentra en la Nueva Pinacoteca de Múnich, pertenece a una serie de cuadros que representa a la mujer ejerciendo el oficio del planchado. El pintor francés, en varias ocasiones, ha elegido como tema principal de sus obras a la mujer, las materializa en diversos quehaceres, otorgándoles así, un papel protagonista. Además, Degas fue conocido como “el pintor de bailarinas” porque en muchas ocasiones las había trasladado al lienzo mientras ensayaban; por lo que a él respecta, detestaba ese sobrenombre —y no es de extrañar—, ya que las había pintado: en retratos, cantando en conciertos, arreglándose, secándose después del baño, posando, lavando la ropa, entre otras circunstancias. Como si de una cámara fotográfica se tratase, Degas captaba, con un pincel astuto, instantes cotidianos de mujeres, casi siempre, trabajando.

La planchadora (1869), de Edgar H. Degas (1834 - 1917)

A final de los sesenta del siglo XIX, Degas comienza a plasmar en sus pinturas el Realismo social del momento, La planchadora es un ejemplo claro. La mujer, justo detrás de un planchador, situada en la zona central del cuadro, con un rostro redondeado, destaca sobre el resto de los elementos compositivos. Apreciamos, incluso, esa devoción de Degas por la línea. La encontramos presente en la mayor parte del cuadro; por ejemplo, definiendo las formas del rostro de la mujer, en su ropa, la línea que dibuja el tendedero, en los detalles de los ropajes, la línea en el cabello de la protagonista y, también, en los pentimenti: estos arrepentimientos o correcciones en los brazos, sobre un pliegue de la pieza en el planchador y los trazos que ha dibujado para definir el cuerpo, son característicos de algunos autores de la época. Estos pintores pretendían dejar huellas de aquellas modificaciones que se habían ejecutado mientras se realizaba la obra. En la mano izquierda no se aprecia con exactitud qué sujeta la protagonista; el autor en su afán por captar el instante, ha tratado de materializar el movimiento perseverante de la mano sobre la plancha. Estos utensilios no eran eléctricos por aquel entonces, y se calentaban gracias a la gasolina o mediante brasas. Pensemos pues que si la pobre planchadora se descuidaba demasiado podría estropear la prenda y, por consiguiente, perdería, con seguridad, un buen cliente.

La luz solar que ilumina el cuadro procede de una puerta o ventana que se refleja sobre un espejo situado detrás de la protagonista. Intuimos un día claro; porque parte de esa luz, que proviene de detrás del pintor, termina por reflejarse sobre los paños colgados. Y gracias al color, predominando el claro sobre el oscuro, el autor reparte la luminosidad por el cuadro: ilumina zonas cercanas, las que quiere resaltar, mientras que oscurece otras para crear profundidad. La capacidad del autor para ajustar y mezclar los tonos: los azules, blancos, y, sobre todo, el beig es uno de los aspectos que más destacan de esta obra. Por esto, consideramos apreciable esta pintura: el blanco es un color difícil de trabajar; Degas, como si nada, ha conseguido que este color predomine y dé sentido a la escena; llenarla, a su vez, de claridad, de luz, salpicando a la planchadora de pureza, pulcritud y bondad.

Los detalles en los pliegues y texturas de las prendas están muy bien conseguidos; trasmiten, al que observa, las asperezas en las prendas que hay colgadas esperando una sesión de planchado; en ellas se pueden advertir dobleces y sombras que les dibujan formas. La prenda principal sobre la planchadora, junto a la camisa de la protagonista, llega a rozar la transparencia, parece un tejido caro; nótese los bordados que la decoran y el dobladillo en el acabado. ¿Será tal la delicadeza de la pieza por lo que la amiga de Degas no deja de mover la plancha? ¿Quiso éste dejar constancia y reivindicar la difícil vida de la mujer proletaria con las asperezas en las prendas que están colgando? La sociedad de La planchadora había avanzado vertiginosamente, y muchos inventos de hoy provienen de aquel “momento”: la locomotora, el teléfono, el termómetro clínico, la lámpara incandescente, la aspirina, las primeras fotografías son una pequeñísima representación de los grandes avances del XIX. La sociedad avanzaba, pero las condiciones laborales seguían siendo precarias, en mayor medida, para la mujer. Su futuro se pronosticaba complicado, machista, compelida a la sumisión, a desempeñar y ser encasillada con determinadas labores.

Imaginad hoy la bombera que sacrifica su vida sofocando un incendio voraz, o una futbolista que, realizando una chilena perfecta, lleva a su equipo hacia la victoria inminente. Sería maravilloso admirar un Degas de la mujer actual.

Al pintor francés siempre se le ha relacionado con el Impresionismo, y llegó, incluso, a exponer obras con pintores impresionistas. En contraposición a la improvisación de estos últimos, siempre le gustaba reflexionar sobre aquello que iba a plasmar en el lienzo: era un gran observador, sobre todo, de la mujer y de las clases trabajadoras. Su tratamiento de los reflejos y el color blanco como fuente de iluminación, la transparencia en las prendas, la diversidad de pinceladas y trazos sobre el lienzo, la insistencia por captar el instante con la mayor precisión posible, hacen que sus cuadros sean una gran variedad de antecedentes de movimientos pictóricos próximos en el tiempo, como fue, por ejemplo, el Impresionismo. Para inspirar a estudiantes, coleccionistas, críticos de arte, incluso a fotógrafos, La planchadora es una importante fuente histórica y documental de la Francia de mitad del siglo XIX. 




Por Víctor Manuel Arenas 






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