Cada
ocho de marzo, desde 1977, se conmemora el Día Internacional de
la Mujer Trabajadora, y con motivo de dicha celebración hemos
rescatado una de las obras más populares de Edgar H. Degas
(1834-1917). El óleo sobre lienzo de 92,5 x 73,5 cm. nos muestra a
una amiga del pintor en plena faena; La planchadora
(1869), que se encuentra en la Nueva Pinacoteca de Múnich, pertenece
a una serie de cuadros que representa a la mujer ejerciendo el oficio
del planchado. El pintor francés, en varias ocasiones, ha elegido
como tema principal de sus obras a la mujer, las materializa en
diversos quehaceres, otorgándoles así, un papel protagonista.
Además, Degas fue conocido como “el pintor de bailarinas” porque
en muchas ocasiones las había trasladado al lienzo mientras
ensayaban; por lo que a él respecta, detestaba ese sobrenombre —y
no es de extrañar—, ya que las había pintado: en retratos,
cantando en conciertos, arreglándose, secándose después del baño,
posando, lavando la ropa, entre otras circunstancias. Como si de una
cámara fotográfica se tratase, Degas captaba, con un pincel astuto,
instantes cotidianos de mujeres, casi siempre, trabajando.
La planchadora (1869), de Edgar H. Degas (1834 - 1917) |
A final de los sesenta del siglo XIX, Degas comienza a plasmar en sus pinturas el Realismo social del momento, La planchadora es un ejemplo claro. La mujer, justo detrás de un planchador, situada en la zona central del cuadro, con un rostro redondeado, destaca sobre el resto de los elementos compositivos. Apreciamos, incluso, esa devoción de Degas por la línea. La encontramos presente en la mayor parte del cuadro; por ejemplo, definiendo las formas del rostro de la mujer, en su ropa, la línea que dibuja el tendedero, en los detalles de los ropajes, la línea en el cabello de la protagonista y, también, en los pentimenti: estos arrepentimientos o correcciones en los brazos, sobre un pliegue de la pieza en el planchador y los trazos que ha dibujado para definir el cuerpo, son característicos de algunos autores de la época. Estos pintores pretendían dejar huellas de aquellas modificaciones que se habían ejecutado mientras se realizaba la obra. En la mano izquierda no se aprecia con exactitud qué sujeta la protagonista; el autor en su afán por captar el instante, ha tratado de materializar el movimiento perseverante de la mano sobre la plancha. Estos utensilios no eran eléctricos por aquel entonces, y se calentaban gracias a la gasolina o mediante brasas. Pensemos pues que si la pobre planchadora se descuidaba demasiado podría estropear la prenda y, por consiguiente, perdería, con seguridad, un buen cliente.
La
luz solar que ilumina el cuadro procede de una puerta o ventana que
se refleja sobre un espejo situado detrás de la protagonista.
Intuimos un día claro; porque parte de esa luz, que proviene de
detrás del pintor, termina por reflejarse sobre los paños colgados.
Y gracias al color, predominando el claro sobre el oscuro, el autor
reparte la luminosidad por el cuadro: ilumina zonas cercanas,
las que quiere resaltar, mientras que oscurece otras para crear
profundidad. La capacidad del autor para ajustar y mezclar los tonos:
los azules, blancos, y, sobre todo, el beig es uno de los
aspectos que más destacan de esta obra. Por esto, consideramos
apreciable esta pintura: el blanco es un color difícil de
trabajar; Degas, como si nada, ha conseguido que este color predomine
y dé sentido a la escena; llenarla, a su vez, de claridad, de luz,
salpicando a la planchadora de pureza, pulcritud y bondad.
Los
detalles en los pliegues y texturas de las prendas están muy bien
conseguidos; trasmiten, al que observa, las asperezas en las prendas
que hay colgadas esperando una sesión de planchado; en ellas se
pueden advertir dobleces y sombras que les dibujan formas. La prenda
principal sobre la planchadora, junto a la camisa de la protagonista,
llega a rozar la transparencia, parece un tejido caro; nótese los
bordados que la decoran y el dobladillo en el acabado. ¿Será tal la
delicadeza de la pieza por lo que la amiga de Degas no deja de mover
la plancha? ¿Quiso
éste dejar constancia y reivindicar la difícil vida de la mujer
proletaria con las asperezas en las prendas que están colgando? La
sociedad de La
planchadora
había avanzado vertiginosamente, y muchos inventos de hoy provienen
de aquel “momento”: la locomotora, el teléfono, el termómetro
clínico, la lámpara incandescente, la aspirina, las primeras
fotografías son una pequeñísima representación de los grandes
avances del XIX. La sociedad avanzaba, pero las condiciones laborales
seguían siendo precarias, en mayor medida, para la mujer. Su
futuro se pronosticaba complicado,
machista, compelida a la sumisión, a desempeñar y ser
encasillada con determinadas labores.
Imaginad hoy la bombera que sacrifica su vida sofocando un incendio
voraz, o una futbolista que, realizando una chilena perfecta, lleva a
su equipo hacia la victoria inminente. Sería maravilloso admirar un
Degas de la mujer actual.
Al
pintor francés siempre se le ha relacionado con
el Impresionismo, y llegó, incluso, a exponer obras con
pintores impresionistas. En contraposición a la
improvisación de estos últimos, siempre le gustaba reflexionar
sobre aquello que iba a plasmar en el lienzo: era un gran observador,
sobre todo, de la mujer y de las clases trabajadoras. Su tratamiento
de los reflejos y el color blanco como fuente de iluminación, la
transparencia en las prendas, la diversidad de pinceladas y trazos
sobre el lienzo, la insistencia por captar el instante con la mayor
precisión posible, hacen que sus cuadros sean una gran
variedad de antecedentes de movimientos pictóricos próximos
en el tiempo, como fue, por ejemplo, el Impresionismo. Para
inspirar a estudiantes, coleccionistas, críticos de arte, incluso a
fotógrafos, La planchadora es una importante fuente histórica
y documental de la Francia de mitad del siglo XIX.
Por Víctor Manuel Arenas
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