Uno de los pintores más célebres del postimpresionismo y de origen holandés, Vincent Van Gogh (1853-1890) realiza, en 1889, un óleo sobre lienzo (73.7x92.1 cm.) de los más célebres del arte moderno, hablamos de La Noche Estrellada. Perteneciendo a una colección de casi mil creaciones, esta obra fue pintada, en una región costera al sur de Francia, el año previo de su pronta muerte.
Sobre
este pintor y La Noche Estrellada, en concreto, se ha
reflexionado a lo largo del tiempo con artistas, historiadores y
críticos. Nosotros no pretendemos adentrarnos en aspectos personales
del autor; aunque sea inevitable, a veces, eludir episodios
relacionados con su psicología, estado emocional o, por ejemplo, el
archiconocido y esperpéntico acontecimiento de la oreja. Tampoco
vamos a permitir que teorías e interpretaciones contaminen nuestra
propia visión y deleite de La Noche Estrellada. Pretendemos,
eso sí, que los trazos del lienzo peinen la
imaginación al estilo de cada
uno. Como telescopio, el pincel mostrará el camino de un
paisaje vivo en una noche de verano.
Magia
y color en las noches de Van Gogh
En
verano el calor diurno invita a tomar el fresco cuando bajan las
temperaturas al anochecer; caballete y artilugios de pintor en mano,
Van Gogh decide, como buen remedio de relajación contra el insomnio,
pintar el paisaje cercano a su residencia de por aquel
entonces. Las altas temperaturas se ven reducidas con pinceladas
de corte impresionista
y colores fríos —en diferentes tonalidades, donde
los azules prevalecen sobre los verdes—, pero la escena no se
apaga, ni se oscurece por completo; Noche cobra vida, al mismo
tiempo, con colores
cálidos complementarios —sobre todo amarillos vivos: verdosos
y anaranjados—. Su estilo estimuló a generaciones enteras de
artistas. La maestría de la
luminosidad a través del color es uno de los rasgos más
característicos del pintor. Existen, además del color, otros
elementos plásticos que desvelan nuestra atención en la noche.
¿Recordáis
el relato de Las habichuelas mágicas? ¡Exacto! el cuento
aquel donde un niño cambia una vaca por unas semillas. Cuando éstas
son arrojadas contra el suelo, nace un tallo colosal capaz de
sobrepasar los límites del cielo. Siendo el elemento de mayor
volumen en la pintura, además, situado en primer plano, el
ciprés recuerda a dicho acontecimiento mágico: es nexo
de unión entre las dos partes del cuadro. A modo de catalejo,
el pincel nos acerca a la escena inferior, la que hace referencia al
pueblo; mientras que para pintar la parte superior y aumentar las
dimensiones reales de los cuerpos celestes, Van Gogh usa el
“pincelscopio” —el pincel como telescopio—. Apuntan hacia
arriba, tanto el árbol como el tejado con forma de aguja. El pintor
quiere que nuestra mirada se centre en esa especie de aurora boreal
que se concentra en el firmamento de La noche estrellada.
La noche estrellada (1889), de V. Van Gogh (1853-1890) |
De la existencia al ensueño
Siguiendo
los itinerarios establecidos
por el artista, vamos a navegar por las direcciones del cuadro de la
siguiente forma: de abajo hacia arriba y desde la izquierda hasta la
derecha. Con líneas gruesas y trazos oscuros, Van Gogh define las
casas y los edificios del pueblo; las pequeñas pinceladas de
amarillo, nos indican que no es demasiado tarde, porque todavía hay
luz y calor en algunos hogares. Se crea tensión y dinamismo
por el contraste entre la vegetación —pinceladas de verde formando
lineas curvas, como si fuesen uñas de gato— y el monte, —con
trazos discontinuos colorea de azul la falda; y remarca, como con las
casas, el contorno del horizonte—.
¿Preparados
para llegar al espacio, al nivel superior,
que nos transportará a un mundo onírico, mágico, de
ensueño? El pintor holandés utilizará para separar el cielo
y la tierra una especie de bruma, de pinceladas largas entre azules y
blancas bañadas por el reflejo estelar.
Ahora,
la gravedad ha cambiado al igual que la perspectiva: flotamos
entre corrientes atmosféricas que se entrelazan haciendo
espirales. En este nivel Van Gogh nos hipnotiza con
pinceladas rítmicas hacia diferentes direcciones, y gradaciones de
color: azul, blanco, verde y amarillo. Si somos propensos a marearnos
en viajes con demasiadas curvas, el holandés ha colocado doce puntos
resplandecientes donde podemos descansar la mirada. Cada estrella
o planeta desprende un halo de luz cálida que lo envuelve; según el
tamaño e intensidad con la que brilla, nos podemos hacer una idea de
la lejanía del mismo respecto a la Tierra. Sin embargo, la luna
creciente destaca por su tamaño en comparación con el resto de
cuerpos celestes: el amarillo intenso forma el cuerpo y se suaviza el
tono para envolverla con el mayor halo lumínico. Aunque las
estrellas y la luna parecen fijas, el brillo y las corrientes del
cielo favorecen al ritmo y al dinamismo de la composición.
Ya
advertimos al principio que hemos tratado de esquivar la vida del
autor y sus contratiempos. Nos entusiasma sólo la magia y la
grandeza en La Noche Estrellada. ¿Por qué?
Porque la pintura, como acto de expresión, siempre llevará
impregnado algo de su autor, y de la interpretación del que atiende,
ineludiblemente. Por lo tanto resulta más que suficiente que la obra
fue, y será, una ventana al mundo de Van Gogh. Gracias a él nos
hemos recreado contemplado los colores que dan vida a la noche, hemos
viajado al espacio exterior para admirar la magnitud del universo, y
hemos regresado por el mismo tallo por el que habíamos ascendido.
Puedes revivir tu propia expedición, siempre que quieras, visitando in situ la pintura en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa).
Puedes revivir tu propia expedición, siempre que quieras, visitando in situ la pintura en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMa).
Por Víctor Manuel Arenas
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