Se trata del
retrato de Amèlie Parayre, la esposa del pintor Matisse. Desde luego
no se trata del retrato tradicional que cabría esperar que un pintor
efectuase de su esposa. Pero es que este cuadro está pintado por un
hombre para quien el color era el componente fundamental de la
emoción pictórica. Ya el título es en sí mismo significativo.
Los pintores
fauvistas, con Henry Matisse a la cabeza, quisieron crear una pintura
nueva, y para ello rompieron con el tradicional uso del color, el
dibujo y la perspectiva, que seguían siendo demasiado fieles a la
realidad. Con ellos comienza la revolución pictórica del siglo XX.
Como el mismo reconoció, su destino no era ser pintor, sino suceder
a su padre en el negocio del comercio de semillas. Su delicado estado
de salud frustró los planes paternos: una apendicitis le dejó en
cama durante casi todo un año y su madre le regaló una caja de
pinturas…
Matisse dejó
claras sus ideas acerca de la importancia del color en esta
sentencia: "cuando pongo verde, no es yerba; cuando pongo azul,
no es el cielo". Si analizamos el cuadro en profundidad, en
realidad no estamos viendo a la señora del pintor, sino la imagen
que éste crea de ella a través del empleo de esos colores tan
vivos, tan contrastados unos con otros que, pese a la arbitrariedad
en su elección, crean un conjunto que nos demuestra el afán del
artista por pintar dando una primacía absoluta al color. Ni siquiera
los rasgos del rostro aparecen bien trazados. La nariz es ahora una
raya verde, la que da título a la obra, y en la parte inferior del
personaje unas pinceladas gruesas desdibujan los labios y la
barbilla. Por lo demás, no hay fondo ni perspectiva. Matisse
representa sensaciones o vivencias a través del vigor cromático y
da vida y luz propia al cuadro mediante los contrastes. Consigue la
exaltación cromática empleando el rojo y las tonalidades
anaranjadas, y enfrentándolas a su complementario, el verde, que
ocupa la zona central del rostro y, en un tono más austero, el fondo
correspondiente a la parte derecha de la cara. La elección de los
colores es arbitraria, pues no se corresponden, evidentemente, con la
realidad.
Los colores,
intensos y saturados, están distribuidos en áreas planas, sobre
todo en los fondos; en la mujer están planteados con pinceladas
sueltas pero siempre siguiendo un orden o ritmo que da sentido a la
imagen. En La raya verde aparece la esposa de Matisse captada de
medio busto hacia arriba y con el rostro levemente ladeado. A pesar
de la intensidad cromática, la obra transmite tranquilidad. El
artista ha simplificado las formas de su mujer reduciéndolas a lo
que es meramente esencial, sin dejar nada gratuito.
La intención de
Matisse al pintar este cuadro no era reflejar el rostro de su mujer,
sino reproducirlo tal como él lo veía; es decir, plasmar su propia
vivencia interior. La premisa de Matisse era “sencillez, claridad y
tranquilidad”. Jugó con los colores las curvas y las contra-curvas
para que su pintura consiguiese su principal objetivo: ser un placer.
En 1905, Matisse expuso sus cuadros junto con Derain, Vlaminck y
Manguin en el Salón de Otoño de París. La reacción de los
entendidos fue airada. El crítico de arte Louis Vauxcelles se
refirió a ellos, despectivamente, como les fauves (“las fieras
salvajes”). Las obras expuestas compartían un objetivo común: la
emancipación del color. Para conseguirla usaban colores irreales, la
paleta de gran viveza y llena de contrastes —que rechazaba los
matices propios del impresionismo— y experimentaban con colores
puros. La liberación del color propuesta por el Fauvismo iba seguida
de la ruptura con las constrictivas leyes de la perspectiva y la
rigidez del dibujo. A pesar de lo comentado y de ascender un peldaño
más hacia el arte abstracto, los fauvistas nunca rompieron del todo
los lazos con la realidad, de manera que en sus cuadros siempre
pueden reconocerse las formas y los objetos.
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