AUTORA: LIDIA SOLER
Olympia,
Manet
Posiblemente sea
ésta la obra más famosa de Manet, junto a Desayuno en la hierba.
Fue presentada al Salón de 1865 junto a Cristo escarnecido por tres
soldados, contraponiendo así una figura masculina y otra femenina,
ambas desnudas. Para los críticos y público fue una provocación,
por lo que de nuevo se produjo el escándalo; por el contrario,
recibió apoyo y felicitaciones de los jóvenes artistas que después
formarán el grupo impresionista.
El pintor
presenta la figura de una prostituta de alto postín, desnuda,
tumbada sobre un diván, acompañada de su dama y de un gato negro.
La modelo que posó para el cuadro fue Victorine Meurent, favorita de
Manet y amante del fotógrafo Nadar. La principal fuente de
inspiración es la Venus de Urbino de Tiziano, copiada durante la
estancia en Florencia de 1853 ó 1856. También existen ecos de la
Maja Desnuda de Goya y la Odalisca con esclava de Ingres. Sin
embargo, la novedad que aporta Manet es que se trata de una mujer de
carne y hueso, olvidando la relación con la mitología o lo
oriental. Es decir, se trata de una escena contemporánea, inspirada
en una poesía de Baudelaire dedicada a una cortesana. Aquí estaría
el punto de partida de las escenas de burdel que tan famoso harán,
por ejemplo, a Toulouse-Lautrec.
El recurso de
unir modernidad y tradición clásica era muy utilizado por Manet,
como ya había hecho en Música en las Tullerías o Desayuno en la
hierba. Por esto es considerado el primero que rompe de manera
definitiva con la tradición académica, sirviendo a los
impresionistas como punto de referencia y estímulo, a pesar de que
Manet nunca se integró en el grupo.
El lenguaje
empleado en esta imagen es mucho más audaz que en obras anteriores;
de nuevo la figura se recorta sobre un fondo neutro, utilizando una
iluminación frontal que elimina las gradaciones tonales y las
sombras. Esta iluminación (tomada de la estampa japonesa) acentúa
la sensación de planitud, eliminada por Manet al contraponer partes
claras y oscuras, revelando el sentido del volumen. Las líneas de
los contornos están perfectamente definidas, destacando el valor
otorgado por Manet al dibujo como le había indicado su maestro,
Couture. La pincelada de Manet es muy segura, define con brillantez
los detalles de las telas y emplea la mancha para las flores o las
cortinas verdes del fondo.
La bella figura
de Olimpia mira con descaro al espectador, como si de un cliente se
tratara; su sensual cuerpo se ofrece con los zapatos de tacón
puestos, aumentando así el concepto de realismo aprendido de
Courbet, que acentúa con la aparición de la sirvienta de color -
con un magnífico ramo de flores en las manos - y el gato negro, que
contrasta también con el cuerpo nacarado de Olimpia y con las telas
blanquecinas sobre las que posa. Destaca el mantón oriental que
sujeta la dama con su mano izquierda, síntoma de la afición por lo
oriental de aquellos momentos.
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