En el año 1457 el papa
Sixto IV mandó construir La Capilla
Sixtina. Por encargo del Papa Julio II, Miguel Ángel comienza su
decoración.
Corría el año 1508 cuando
‘Bramante, amigo y pariente de Rafael Urbino’, viendo que el Papa favorecía a
Miguel Ángel, le persuadió para que Su Santidad, en memoria de Sixto IV, tío
suyo, le hiciese pintar la bóveda de la capilla que aquél había hecho en
palacio… Pero Miguel Ángel, pareciéndole obra grane y difícil, y considerando
su poca práctica en los colores buscó con todas las excusas imaginables
descargase de aquel peso, proponiendo para esto a Rafael’ (Historia del arte. El País. 2006).
‘Parece que cuanto más se
excusaba Miguel Ángel, tanto más crecía el deseo del Papa, impetuoso en sus empresas
-dice textualmente Vasari-; por lo que, estimulado especialmente por Bramante,
el papa Julio II, que era súbito, estuvo a punto de irritarse contra Miguel
Ángel. ‘Por fin, el gran escultor, resignándose a la fatalidad, acometió la
heroica empresa (Historia del arte. El
País. 2006).
Paradójicamente, esta
obra le convertiría en uno de los genios de la pintura universal.
Para decorar La Capilla Sixtina, Miguel Ángel realizó
dos proyectos. En el primero, más sobrio y pobre, solventaba de la manera más
simple posible los requerimientos del papa, mientras que el segundo, de
carácter más amplio, fue el que finalmente se llevó a cabo (Raquel Gallego,
2009).
En esta obra existe un
aspecto que ha de ser tomado como algo absolutamente excepcional: es el autor,
Miguel Ángel, y no el papa, quien establece el programa iconográfico. La Capilla Sixtina representa cuatro
años de inmenso trabajo en solitario, cuyo fruto es una de las obras de arte
más impresionantes que se pueden contemplar (Raquel Gallego, 2009).
La Capilla Sixtina es
una gran sala rectangular de 40 metros de largo por 13 de ancho. Había sido
construida en el siglo anterior, y los papas predecesores de Julio II se habían
interesado en su decoración por grandes maestros contemporáneos. El cancel y la
tribuna para los cantores tienen todavía las más bellas barandas y antepechos
cuatrocentistas. Las paredes están decoradas con frescos de pintores del Quattrocento hasta la base de la bóveda (Historia
del arte. El País. 2006).
El pintor dividió
artificiosamente la superficie por medio de arcos figurados y cornisas en
perspectiva, a mitad de la bóveda. Formó, así, un cuadriculado arquitectónico
que separa las composiciones. Las de los espacios centrales representan escenas
de los primeros días del linaje humano; la historia de los patriarcas. Primero
se halla la Creación: Dios separando la luz de las tinieblas; Dios animando con
su gesto la figura reclinada de Adán; Dios creando a Eva del cuerpo de Adán
dormido (Historia del arte. El País.
2006).
Dios separando la luz de las tinieblas.
Detalle de la creación de Eva, episodio de la Biblia.
Seguidamente la escena
doble del Pecado y de la expulsión del Paraíso, el Diluvio y el milagro de la
serpiente de Moisés.
Escena doble del Pecado y expulsión del Paraíso.
El Diluvio.
En los arcos de la
arquitectura encontramos unos jóvenes desnudos que se apoyan en pedestales,
efebos pensativos, la eterna humanidad que contempla su marcha desde el inicio
de los tiempos (Historia del arte. El
País. 2006).
Más abajo se ven, entre
los arcos, alternándose, los profetas y las sibilas, criaturas gigantescas,
como representación suprema de la raza humana, destinadas a esperar el gran
hecho que ha de redimirlas del pecado. Cada una de estas figuras es un
personaje importante, de talla gigantesca. Están sentados a cada lado de la
bóveda: Isaías, joven, profetiza, señalando con la mano su cabeza, llena de
visiones; cerca de él, la Sibila de Cumas, una señora vieja, lee en un gran
libro que sostiene sobre sus rodillas; Jeremías, con la cabeza inclinada,
apoyada en una mano, sumido en una gran amargura; Daniel estudia y compara
libros para predecir la venida del Mesías. Una muchacha joven, la Sibila
Délfica, una hija de los gigantes, mira también el libro del porvenir.
Detalle profetas y sibilas.
(Profeta Isaías. Sibila Délfica).
Las tres escenas de la
Creación son las últimas que llevó a cabo. La Creación del hombre es la más
conocida de todas. Dios ha sido representado como un colosal ser de la
mitología que extiende su mano para infundir vida en el cuerpo de Adán. Ernest
Gombrich describe así la escena: ‘Adán está tumbado en la tierra con todo el
vigor y la belleza que corresponde al primer hombre; por el otro lado se acerca
el Dios padre llevado y sostenido por ángeles, envuelto por un manto majestuoso
hinchado como una vela y sugiriendo la facilidad con que flota en el vacío.
Cuando extiende su mano, no sólo toca el dedo de Adán sino que casi podemos ver
al primer hombre despertando de un sueño profundo para contemplar a su hacedor’
(Raquel Gallego, 2009).
En la pared del fondo de La Capilla Sixtina se sitúa el Juicio
Final. Miguel Ángel pintó estas escenas en un momento de crisis personal. En
este espacio se agolpan casi cuatrocientos personajes sabiamente distribuidos
alrededor de Jesucristo Juez al lado de la Virgen María. La composición es
verdaderamente magnífica de pensamiento.
En lo alto, en el centro,
el Salvador, a modo de Júpiter antiguo, lleno de fuerza levanta la mano para
juzgar a los réprobos, que se ven caer en largos racimos dantescos; son figuras
colosales que imploran gracia, aterradas por el gesto de la divina majestad. Abajo,
en su barca, repleta de almas condenadas, Caronte atraviesa la laguna Estigia.
Al lado de Cristo está la Virgen en actitud suplicante; a ella acuden con la
mirada los humanos pecadores, ella es la única que puede servirles de medio
entre el Señor de la tierra y de los cielos. En lo más alto, grupos de ángeles
llevan los atributos de la Pasión (Historia del arte. El País. 2006).
En el espacio de los
condenados los personajes se agolpan unos contra otros y ensaya escorzos muy
atrevidos. Todos los grupos de los diferentes personajes se ven arrastrados por
el movimiento de rotación, y desprenden un gran dinamismo (Raquel Gallego, 2009).
En esta obra se repite una sola forma: la del cuerpo humano agigantado,
estirado. Aquí parece que Miguel Ángel volvía a sus orígenes, sintiéndose
escultor: le interesa el hombre como organismo, máquina perfecta de músculos,
huesos y tendones (Historia del arte. El
País. 2006).
Esta pared, donde se
sitúa el Juicio Final fue pintada veinticinco años más tarde, por orden de otro
Papa. Trabajó en estas pinturas durante seis años, y fue inaugurado el día de
Navidad de 1541.
En los espacios que
quedan al lado de las ventanas el artista pintó otras escenas bíblicas, un
mundo de personajes trágicos, profetas menores y héroes judíos.
Desde el punto de vista
técnico, Miguel Ángel elige el fresco para la decoración de las paredes. Los
colores eran brillantes, intensos y vivos; afirmando que el color ocupó un
lugar vital.
Miguel Ángel pasó grandes
dificultades durante la realización de esta obra de arte. Las amarguras que
pasó Miguel Ángel pintando la Capilla
Sixtina se plasman en el acento de sinceridad y profunda melancolía que
impera en el conjunto de las bóvedas (Historia del arte. El País. 2006).
Tuvo que luchar con las
dificultades artísticas y, además, con apuros económicos, pues estando por
entonces el Papa en guerra con los franceses, en ocasiones le faltaban los
recursos materiales. Miguel Ángel tuvo que suspender la obra dos veces, y una
de ellas se marchó a Bolonia. Vasari asegura que, por haber tenido que pintar
medio tendido aquella bóveda, que en el centro es casi plana, en su vejez le
dolían los ojos a menudo (Historia del arte.
El País. 2006).
La bóveda de la Capilla Sixtina no tuvo necesidad de
apologista; desde el primer día, Roma, y desde entonces toda la humanidad, se
han mostrado unánimes en reconocerla como uno de los más grandes triunfos del
esfuerzo humano (Historia del arte. El
País. 2006).
Fue inaugurada el día de
Todos los Santos de 1512. Julio II quiso celebrar aquel día la misa de
pontifical en la capilla.
Vasari cuenta como
anécdota que el Papa quería que se enriqueciera la bóveda con toques de oro, a
lo que Miguel Ángel respondió que los patriarcas y profetas allí pintados ‘no
fueron nunca ricos, sino hombres santos porque despreciaron las riquezas’
(Historia del arte. El País. 2006).
Es evidente que esta
maravilla del Renacimiento ha marcado un antes y un después en la historia de
la pintura del mundo. Se considera al conjunto la culminación del ideal
universalista. Todos los elementos figurativos representan desde la creación de
la humanidad hasta la visión del Juicio Final. Reúne, en su conjunto, la
historia de la Salvación a través de los episodios del Antiguo Testamento
(Enrique Valdearcos Guerrero, Historia del Arte).
Miguel Ángel cultivó
varias manifestaciones artísticas, como la pintura; en la que resplandece su
genialidad. Las artes plásticas del Renacimiento italiano están representadas
por grandes artistas, que encarnaron a la perfección el arquetipo de uomo universalis que tenía una gran
vigencia en aquel momento. Se trataba de hombres geniales en diversos ámbitos
de las artes y el saber a los que se enfrentaban desde un punto de vista
racional y no desde el prisma de la fe, como en la Edad Media.
Miguel Ángel se sitúa en
el Cinquecento italiano. En esta época predomina la perspectiva lineal y
atmosférica. En esta época la arquitectura se utiliza para realzar la
monumentalidad de las figuras que en ellos se pintan, un gran ejemplo de ello
es la Capilla Sixtina. El arte se
adecúa a las normas de la arquitectura (Raquel Gallego, 2009).
La ciudad predilecta en
esta época será Roma, principalmente por la influencia del Papado, el cual se
convertirá en el gran protector de los artistas y contratantes de obras. En
estos momentos el arte renacentista alcanzará su culminación (Renacimiento en
Europa, ArteEspaña).
Como estilo definido no
existe una conclusión definida, pero hablaremos entonces de momento culminante
de punto espacial y temporal donde convergen las inquietudes de todo un siglo
de estudio e investigación, conformando un nuevo lenguaje plástico opuesto al
del mundo medieval, como hemos señalado anteriormente. Destacan varias personalidades
que marcarán esta época: Leonardo da Vinci, Rafael y Miguel Ángel (Real Colegio
Loreto, Pintores del Cinquecento).
Estos artistas, con sus
obras, dan un impulso al desarrollo técnico de la pintura y se convierte en un
estilo y modelo a seguir en sus diferentes facetas.
La Capilla Sixtina fue un proyecto ambicioso que Miguel Ángel llevó a
cabo en un tiempo récord, mostrando el talento y la grandeza de este pintor.
Ana Barrero.
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