martes, 22 de marzo de 2011

Cuestión de gusto

El otro día, leyendo el tema dedicado a Manet, Degas y al Impresionismo, me hizo gracia leer que algunos críticos atacaban sus pinturas por tratar la figura humana como si se tratase de un bodegón (El almuerzo en la hierba, Manet), por romper la línea del relato (El balcón, Manet), o simplemente por el juego de luces y sombras (Estudio: torso, efecto de sol, Renoir). Consideraban sus cuadros demasiado modernos y atrevidos. Entonces me paré a pensar y me pregunté: si veían atrevidos aquellos cuadros en los que se distinguen perfectamente figuras humanas, en los que no hay duda de lo que representan, ¿qué habrían pensado del arte abstracto? Supongo que se hubieran asustado.




Yo soy de la opinión de que el arte es, en general, muy subjetivo y personalmente prefiero cuadros que, con una simple mirada, muestren gran parte de su significado y que, con un buen análisis o atendiendo a una explicación procedente de un experto, nos desvelen el verdadero significado de la mirada de uno de los personajes, por qué alguien llora, o que significa un pequeño símbolo. No soy una entendida en arte, nada más alejado de la realidad, pero sí una persona a la que le gusta apreciar la belleza de un paisaje, un retrato, maravillarse ante el David, de Miguel Ángel. Me encanta mirar los frescos de la Capilla Sixtina o ver los cuadros de Isabel Guerra y ver en ellos el trabajo de un humano, aunque me parece algo sobrenatural.




No soy una experta en arte, pero no puedo entender cómo alguien puede pagar una millonada por un cuadro de abstracto. Entiendo que guste, porque hay algunos que combinan colores y formas de una manera extraordinaria, y crean figuras curiosas, pero para mí no pasa de eso: de una combinación más o menos acertada de líneas y colores. Lo siento pero no acabo de entender el arte abstracto, no me transmiten alegría, dolor, miedo… No consigue emocionarme.

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