martes, 5 de abril de 2011

Desde otro punto de vista

Esta mañana, después de realizar la crítica de La estación de Saint-Lazare, he estado ojeando un libro en el que se recogen los cuadros de Monet. La verdad es que es impresionante ver la evolución de su obra: las pinturas realizadas en su primera etapa son mucho más claras –Mujer en el jardín en Sainte-Andresse- que las últimas que realizó – Nenúfares-. En las primeras los contornos son claros, los colores muy reales, podemos distinguir la hora del día de la que provenía su luz. Pero con el tiempo, los tonos oscuros y la abstracción se apoderaron de su arte. El estanque de los nenúfares (los nenúfares blancos), pintado en 1899, representa un pequeño puente japonés que adornaba el jardín que Monet tenía en Giverny. Como podemos ver, los tonos verdes muestran una vegetación frondosa, que llena todo el cuadro.


Un año después el pintor plasmó el mismo paisaje en otro lienzo. El estanque de los nenúfares, armonía rosa. Esta vez los tonos pasan del verde a los amarillos y rojos, el paisaje es más cálido y, sobre todo, mucho más difuminado.


Hacia 1910 Monet volvió a pintar el mismo escenario, llamándolo esta vez El puente japonés. Si no fuera porque sabemos que se trata del mismo puente que años antes había pintado rodeado de una vegetación exuberante, no hubiéramos podido imaginarlo. Apenas se distingue ninguna figura, sólo podemos apreciar manchas rojas, naranjas y amarillas: la sensación de caos es máxima.


¿Por qué tal evolución? Monet, el gran pintor, tenía cataratas. Este déficit visual, que se manifiesta sobre todo en edades avanzadas, consiste en la pérdida de transparencia del cristalino. Debido a ello, quien las sufre, tiende a ver borroso y sufre una alteración en la percepción del color. Por este motivo, los cuadros realizados en sus últimos años de vida, tienen una particular neblina, da la sensación de que el pintor no ve.


No quiero alargarme, así que os dejo con una frase que el propio Monet dijo sobre aquel puente japonés cuando sus ojos ya no le permitían ver bien: “Estos paisajes de agua y reflejos se han convertido en una obsesión. Está por encima de mis fuerzas de anciano y sin embargo quiero llegar a representar lo que siento vivamente. No estoy acabado […] vuelvo a empezar esperando que salga algo de tanto esfuerzo”.

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