domingo, 26 de mayo de 2013

3ª PARTE (y última): Crítica de arte sobre El Cristo amarillo de Gauguin



“En la pintura –decía Gauguin- se tiene que buscar más la sugestión que la descripción”.  Y este cuadro, que titula El Cristo amarillo, a mí me sugestiona. No sé si será por las reminiscencias que tiene con los amarillos de los girasoles, de algún autorretrato o de El sembrador de Van Gogh o puede que sea por la simplicidad de los trazos y los fuertes contrastes cromáticos. El mismo Gauguin reconoce el poder emocional del color cuando se utiliza para sugerir la emoción en el observador.

Con este trabajo, Gauguin tira por la borda mucho lastre y sin ataduras comienza un camino de libertad creativa en continua búsqueda del paraíso perdido. Atrás queda el Impresionismo y, allá lejos en el futuro incierto, el Fauvismo. Y en medio, está la materialización del Cristo policromado del siglo XVII de Trémalo. Una especie de intento por liberarse de la civilización y adentrarse en los mundos rurales bretones. Admiro que en él, poco a poco, se produzca la metamorfosis del salvaje: de la falsedad a la autenticidad, del progreso a la ingenuidad, de las complicaciones familiares a la simplicidad selvática, de captar el momento al simbolismo de la realidad donde se consigue esa unión del arte con la vida. Esa unión provoca que la obra del autor vaya evolucionando a la par que su vida: por ejemplo, igual que Paul se libera de su familia, de su país, de tantas ataduras, su color también se libera de esa dependencia que tiene con los objetos, el color avasalla a la forma y a los convencionalismos, y triunfa por encima de todo.

Subrayo de esta obra su sintetismo. Este cuadro sintetiza lo sacro y lo profano, el Románico con el arte japonés, el color y la forma, el color antinatural con el vivo color expresivo, la claridad de lo representado con el misterio de la visión, el simbolismo con la búsqueda plástica, el catolicismo tradicional con los rituales ancestrales, la síntesis del hombre y la naturaleza. En el fondo es lo que se busca: síntesis.

El Cristo tiene los rasgos de Gauguin. Este cristo-gauguin es también ese hombre que salta el muro en medio del lienzo, dicen que por evasión; puede que sea por evasión, pero de la civilización, de los caminos trillados, para andar en continuo ensayo: del amarillo al naranja tahitiano, del crucifijo al ritual pagano. Aquí también hay síntesis. Gauguin fue un revolucionario como el Cristo que pinta, que son capaces de romper hasta con sus orígenes: si Cristo tiene que purificar el templo a base de latigazos a los comerciantes, Gauguin tampoco tiene problema en buscar el predominio del color aunque tenga que pintar un Cristo de amarillo, cuando este color puede representar la envidia, la falta de sinceridad o la hostilidad. Eso es provocación. Pero es que toda ruptura tiene que ser así, aunque duela como los latigazos.

Este Cristo, con rasgos de Gauguin, volverá a aparecer en Autorretrato con el Cristo amarillo, allí aparece como en una especie de tríptico que forma con el autorretrato del pintor y el jarrón con su figura. No son tres personas en una como la Trinidad, sino una especie de tres manifestaciones de la misma persona: es la lucha artística del salvaje, su combate estético hecho símbolo.

En esta obra, descubro un artista con un genio místico primitivo que busca la mística de lo natural, de las zonas vírgenes, de los paraísos primigenios, de la inocencia primera. Y así, este Cristo civilizado por el catolicismo se convierte para Gauguin en un sol adorado por silvestres bretonas en medio del campo. 


J.Plasencia

1 comentario: